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Una experiencia radical y originaria en las primeras comunidades cristianas era la sensación del Espíritu como impulso de vida, de libertad y de liberación. Aquella experiencia no era separable de la vida, martirio y resurrección de Jesús. Más que un narcótico evasivo para soportar los males de e...

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Bibliografske podrobnosti
Glavni avtor: Fundación Universitaria Claretiana
Format: http://purl.org/coar/resource_type/c_8042
Jezik:spa
Izdano: Fundación Universitaria Claretiana 2021
Teme:
Online dostop:https://repositorio.uniclaretiana.edu.co/jspui/handle/20.500.12912/1628
Oznake: Označite
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Opis
Izvleček:Una experiencia radical y originaria en las primeras comunidades cristianas era la sensación del Espíritu como impulso de vida, de libertad y de liberación. Aquella experiencia no era separable de la vida, martirio y resurrección de Jesús. Más que un narcótico evasivo para soportar los males de este mundo y pasar la existencia «mirando al cielo», en esas comunidades el Espíritu fue como una luz para ver con nuevos ojos el acontecimiento Jesucristo y fuerza para concretar el significado salvador del mismo en el proceso de la historia. En los primeros años de la Iglesia la presencia del Espíritu no fue objeto de altas especulaciones, sino realidad intensamente vivida; cuando esta realidad no se vive, no hay existencia cristiana. Sin esta luz y este guía nadie puede confesar «Jesús es el Señor» (1 Cor 12,3). Por eso el menosprecio del Espíritu es lo peor que puede ocurrimos, y Pablo recomienda en una de sus primeras cartas: «No apaguéis el Espíritu» (1 Tes 5,19). Pronto, sin embargo, se vio el peligro de ceder crédulamente a cualquier manifestación espiritual. Y una experiencia radical y originaria en las primeras comunidades cristianas era la sensación del Espíritu como impulso de vida, de libertad y de liberación. Ya dentro de la comunidad cristiana despuntan dos imperativos cuya respuesta corre sus peligros. A raíz del Concilio se afianzó la necesidad de un compromiso histórico para transformar la realidad social; el empeño, sin embargo, fácilmente olvida la presencia e intervención del Espíritu, sin cuya luz no podemos conocer la verdad sobre Jesús de Nazaret. Por otro lado, un signo positivo en estos años ha sido el brote de movimientos y grupos muy sensibles a los dones del Espíritu; pero también aquí amenaza la tentación de quedar en un espiritualismo individualista, olvidando que nadie hablando por el Espíritu puede decir «¡anatema es Jesús!» (1 Cor 12,3).